Tras algunos años de servicio en distintas misiones que incluyeron las patrullas de no intervención en las costas de España durante la Guerra Civil, en el año 1938 Hans Wilhelm Langsdorff después de haber estado dos años a bordo del Graf Spee bajo las órdenes del Almirante Bohen participando en la ayuda a Francisco Franco en la Guerra Civil Española y de haber formado parte del Ministerio de Defensa, toma el comando del acorazado de bolsillo. La historia de este hombre es cuanto menos curiosa, ya que provenía de una familia profundamente religiosa y según la tradición familiar él debería haber sido religioso, pero el hecho de que su familia se mudara en el año 1898 a Düsseldorf supuso un punto de inflexión en su vida, allí conoció al conde Maximilian, el pequeño quedó impregnado de aquel halo honorífico que desprendía la casa vecina, influido claramente por aquello el corazón de Hans comenzó a transformarse en el de un verdadero lobezno de mar. Contra todo deseo de su familia, logra entrar en la Academia Naval de Kiel en 1912. Durante la Primera Guerra Mundial fue condecorado con la Cruz de Hierro de 1º y 2º Clase entre otras. Aquel niño que escuchaba las historias del conde seguramente jamás pensó que acabaría con el mando en sus manos de un acorazado con el nombre de su maestro.
Fotografía tomada en la lancha que llevó a Langsdorff hasta Montevideo desde su buque, el capitán preside la escena.
Siguió hundiendo buques como un barco fantasma hasta que el 5 de octubre británicos y franceses crearon ocho grupos para cazar al Admiral Graf Spee en el Atlántico Sur. Mientras tanto los germanos hundieron a su última víctima, el Streonshalh, en el ocaso del 7 de diciembre, en ese ataque lograron dar con los papeles que albergaban las rutas de los barcos mercantes, posiblemente una hilvanada trampa, por lo que decidió poner rumbo hacia Montevideo (Uruguay). El 13 de diciembre de 1939 los vigías del Admiral Graf Spee se confundieron en la identificación de unos barcos, pensando que eran de menor envergadura Hans decidió hacerles frente, pero para su sorpresa se trataba de tres grandes buques de guerra, el colosal Exeter acompañado del Ajax y el Achilles, la Batalla del Río de la Plata había comenzado.
Tras dos horas de lucha en mitad del océano, el Admiral Graf Spee se retiró con más setenta impactos sobre su chapa, 36 marinos muertos y casi un centenar de heridos, el puerto de Montevideo era su única salida. El buque necesitaba ser reparado, ya que tanto la planta purificadora de combustible como la planta desalinizadora, estaban considerablemente dañadas; sin repararlas no podrían llegar a casa. Langsdorff dejó libres a los prisioneros que llevaba a bordo, puso a disposición de los heridos atención médica y logró que se enterraran a los caídos en combate con honores militares. Después solicitó que se le dejaran dos semanas de margen para poder emprender el rumbo a Alemania una vez arreglado el barco, pero aunque Uruguay era neutral, mantenía gran amistad y lazos con Gran Bretaña, lo que nunca posicionaría a los uruguayos de parte de Hans Langsdorff. Los británicos trazaron un apresurado plan en el que emitieron mensajes a sabiendas que Hans los interceptaría, en ellos se daba a entender que la nave alemana estaba rodeada y sería masacrada en el momento que intentara abandonar el puerto, el capitán discutió con Berlín las opciones que tenían, solo podían elegir entre intentar llegar a Buenos Aires para pedir asilo, o hundir él mismos el Graf Spee; a ello hay que sumar el ultimátum de Uruguay, apoyándose en artículo 17 de la C. de La Haya les dio a los alemanes un plazo de 72 horas para abandonar su puerto. Todo esta situación llevó a Langsdorff a tomar una histórica decisión, el 18 de diciembre un estruendo atronador enmudeció la costa de Montevideo; el mítico Admiral Graf Spee ardió tres días hasta que se hundió en las profundidades del mar, donde descansa como el esqueleto desangelado de un gigante dormido.
El Admiral Graf Spee ardiendo tras las detonaciones.
Cofre artesanal que hizo la tripulación en honor a Langsdorff el cual contenía sus efectos personales para ser entregados a su familia, la pistola es el arma con el que se quitó la vida.
Relativamente poco después de estos hechos luctuosos, Gran Bretaña se valió de un testaferro para pagar al Tercer Reich 14.000 libras y adquirir los derechos sobre el barco hundido. Su intención era extraer todo lo tecnológico que pudieran aprovechar e investigar, pero lo que ellos no sabían es que antes de detonar las cargas, el capitán había mandado destruir manualmente todos los aparatos, por lo que los británicos no pudieron hacer nada; dejaron los restos a su suerte y tras la muerte del testaferro pasaron los treinta años que se precisaban en mitad del abandono para que aquel yacimiento subacuático quedara en manos de Uruguay.
Durante esa horquilla de tiempo sucedió de todo en aquellas aguas entorno al Graf Spee, sacaron uno de sus cañones, y el telémetro (expuesto en el puerto de Montevideo). Pero aun quedaba algo dormitando bajo las arenas del fondo del mar, a principios de febrero de 2006 una empresa privada que llevaba a cabo trabajos en el yacimiento, rozó el pico de un metálico rapaz, se trataba nada más y nada menos que del águila de popa del Graf Spee.
Dos fotografías del rescate y una del águila con el cristal que tuvieron que poner tras ver que los visitantes escupían cuando estuvo expuesta en el hotel de Montevideo.
400 kilos de bronce, un molde único frontal, sujetada originalmente con 145 bulones a la popa de la cual la separaba un burlete que descansaba en su parte trasera, hecho de tela alquitranada para evitar la corrosión galvánica a la que habría llevado el contacto del bronce y el acero con agua salada de por medio. El águila tiene la cabeza mirando al frente, una modificación aprobada en abril de 1936 por el Ministerio de Guerra; esa es una de sus características más destacadas, pero también el hecho de ser única literalmente, ya que Adolf Hitler mandó quitar todas las águilas de sus buques y destruirlas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial para evitar que cayeran en manos del enemigo, todas menos la del barco que ya había zarpado, el Admiral Graf Spee. Tal y como es evidente, segundos después de que la Reichsadler (por ese nombre se conocía al águila) tocara suelo, se desató una guerra burocrática por su custodia; por un lado Alemania aunque no puede mostrar signos nazis en política, sí que puede hacerlo en el ámbito cultural, por lo tanto reclama la pieza alegando que el barco era suyo en el momento del hundimiento, y acogiéndose a las leyes Internacionales. Pero como el contrato de venta con el testaferro de Gran Bretaña respira por medio de todo esto, Uruguay alega que está abandonado y es propiedad del Estado. Por otro lado la empresa privada reclama el 50% del valor económico al Estado, que es de ocho millones de euros (aunque en las ofertas esta cifra se ha llegado a doblar por los trabajos de rescate para sacar la pieza del mar).
En un primer momento el águila fue expuesta en un hotel de Montevideo, idea que estuvo apunto de no terminar bien puesto que los visitantes escupían sobre la pieza en plena exposición, le pusieron un cristal y más tarde optaron por tumbarla en el suelo y tapar la esvástica con una tela negra. Finalmente y después de algunos años, quisieron entablar negociaciones con Alemania, ya que aquella exposición había sido un verdadero fracaso, al parecer recibieron varias ofertas sin que Uruguay se decidiera por aceptar alguna de ellas. El Comité Central Israelita del país redactó una carta en el que pedían que el águila fuese fundida, porque la consideraban un símbolo nazi, obviamente no lo podían hacer ya que Alemania había mostrado interés en recuperar la moldeada rapaz de bronce y porque guste o no se trata de una pieza única en el mundo. Las autoridades comunicaron que la pondrían en un almacén vigilada, con la temperatura correcta para su conservación, pero lo cierto es que la metieron en una caja de madera en la que de momento continúa aguardando su destino.
El capitán fue considerado un cobarde, su viuda nunca cobró la pensión completa, pero este águila quizás no fue destruida para recordar aquella historia, la de un hombre en contra de Hitler, erróneamente tachado de nazi, que llegó a ser un verdadero camarada de sus prisioneros, otorgándoles la oportunidad de una nueva vida en Montevideo y Argentina, allá donde descansan sus restos bajo una cruz en la que reza su nombre presidiendo un mortuorio enclave de cruces alemanas, los caídos que lejos de llamarlo cobarde, honraron al capitán con siete coches repletos con coronas de flores el gélido día de su entierro.
Tumba de Hans Langsdorff junto a las de sus marineros.
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