lunes, 27 de enero de 2014

¿Qué comían en el salvaje Oeste?

¿Os apetece un paseo a caballo? coger vuestro corcel y acompañarme a trote por las calles del salvaje Oeste, en pleno siglo XIX.
Sin duda es una de las épocas más explotadas en el cine, un mundo de vaqueros en el que prevalecía la ley del más fuerte.
Mítico por sus bares, duelos, ganado y cocina. Hasta aquí nos vamos en este viaje, hasta sus fogones.

Durante este periodo de tiempo las diligencias, los viajes y los trenes marcaban a fuego la vida de los habitantes de estos lugares.
Por ello los horarios de comida a menudo se veían truncados y había que adaptarse a lo que estaba disponible. Daba igual la hora del desayuno o la del almuerzo.

En la ciudad encontramos un abanico de posibilidades suculentas y apetitosas, desde pasteles, tartas, púdines y en los sitios con más suerte podíamos encontrar heladerías para amenizar las calurosas tardes.
Helados de sabores básicos realizados con las frutas de temporada.
Ambientes de este tipo solían tener como protagonista en los mejores restaurantes a las ostras.
Un exquisito manjar que podíamos encontrar en un principio en conservas, pero que después fue la estrella de la carta de los mejores restaurantes.

Si salimos de la ciudad, aquí ya nos topamos con una diferencia notable en la alimentación, una variedad más escasa y en ocasiones sin demasiados recursos.
El lujo de cada mesa dependía de la economía del pueblo. El oro, el ganado, los cultivos, hacían que repercutieran mucho las monedas en la
calidad de sus comidas.

El pan jugó un papel importante en esta época, más bien a lo largo de toda la historia, pero en el Oeste podemos destacar la gran variedad de panes.
Durante mucho tiempo, en los años que cobijaron al 1880 el trigo fue el cultivo más codiciado y con mayor expansión.
Es un alimento que puede dar de comer a toda una familia con poca inversión, además se puede mantener fresco y comestible varias semanas.
En las panaderías existían muchas posibilidades, así como el de centeno, maíz, semillas, harina de garbanzo, y abundantes cereales, hoy en día seguimos con este arte culinario entre nuestras despensas.


Los pueblos ganaderos poseen un potencial deposito de carnes, por ello lo más común es encontrar en ellos
filetes, chuletas y demás ingredientes de ese estilo, en sus caravanas abundan las judías, panecillos de masa fermentada, café, carne, pero la variedad del menú dependía de si los vaqueros se hacían con alguna pieza de caza, pescados o tortugas, con ellas de hacían un buen puchero en la lumbre.
El plato estrella en este caso, son las ostras de montaña. No hablamos de ostras sacadas del agua, se trata de un plato un tanto curioso, testículos fritos de los toros castrados.
Si seguimos con platos ganaderos, nos topamos con el famoso estofado hijo de ****
¿Cómo lo cocinamos? Para ellos necesitarás 1kg de magro, medio corazón, 700g de hígado, lechecillas, sesos, tripas de ternera, sal, pimienta y salsa picante.
Por último cabeza destacar las tripas de becerro, otro plato realmente codiciado, asaduras de becerro sin lavar y sazonadas con salvia, sal y pimienta.

En el salvaje Oeste, ya podíamos encontrar rasgos de la gastronomía española, mexicana e india.
Si hablamos de alimentos básicos, tenemos que destacar las tortas de maíz, frijoles (de los mexicanos que permanecieron en Texas) y el café.
Eran pueblos muy ingeniosos a causa de las penurias que pasaban muchos de ellos, y sabían sobrevivir.
Los pioneros fueron los encargados de llevar un cultivo de frutas que poco a poco se extendería sin cesar.
Como curiosidad, encontramos la anécdota de las patatas en el lugar de pepinos, remojaban láminas en agua con sal y vinagre para obtener
algo parecido al pepino.


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